jueves, 3 de diciembre de 2015

Soy una ecuatoriana

Soy una ecuatoriana que reside en su país, y voy a expresarme como tal. En mi corta edad me he dado cuenta que en este país necesitas muy poco para ser considerada “diferente” o “revolucionaria”, lo cual no es obligatoriamente malo, pero ¿es de verdad necesario etiquetar a las personas con un adjetivo superfluo? Pues, yo no lo creo. Todos tenemos diversas maneras de ver la vida, la muerte, el mundo, en fin todo. Pero siempre existe una idea mayoritaria a la que muchos se ajustan y no ven más allá. Así somos los ecuatorianos, mentalmente vagos. No nos paramos un segundo a cuestionarnos nada,  a analizar si de verdad las ideas que nos imponen son con lo que realmente estamos de acuerdo.  Sin embargo, ese no es el único problema, muchos no somos vagos sino cobardes. Tenemos miedo de ser rechazados por la sociedad y por eso solo agachamos la cabeza y decimos “como ordene patrón”, en lugar de levantarnos, gritar y luchar por nuestros ideales.

El problema es que en Ecuador ocurre lo siguiente:

Yo: Soy gay.
La sociedad: PECADORA.

Yo: Soy atea.
La sociedad: PECADORA, TE VAS A IR AL INFIERNO.

Yo: Voy a hacerme un tatuaje y un piercing.
La sociedad: PECADORA, PANDILLERA, RESPETA TU CUERPO.

Entonces, ¿qué es más fácil, callar y que no te juzguen o luchar y soportar las críticas de todos? Pues, lo primero obviamente, pero que sea fácil no quiere decir que sea lo correcto. Si no empezamos a hablar, entonces nunca nadie nos va a escuchar. Tenemos que aprender a valorarnos para que el resto nos valore y la única manera de hacer eso es rompiendo el silencio. No debemos permitir que una sociedad atrasada nos ordene como vivir nuestras vidas. Una vez que la manera de pensar de esta población ecuatoriana tradicionalista evolucione, podremos crear una comunidad incluyente de la que todos formemos parte.

Imagen Recuperada de: Google Images

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